autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950)





Poemas de la deriva
(Miguel Sánchez Ostiz, o cómo ser John Silver)

Permanente es el estado de fuga.
                Miguel Sánchez-Ostiz

Es generalmente sabido que de las tripulaciones de los barcos balleneros pocos regresan a bordo de los cuales partieron.
Crucero en un ballenero


Bajo el título La marca del cuadrante (Pamiela, 2000), Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) reunió su obra poética escrita entre 1979 y 1999. Al decir del propio autor el conjunto es “el relato, fragmentado a la fuerza, de un viaje y de sus sucesivos descubrimientos”. Un viaje de ida y vuelta, huída, “pulsión que me empuja tanto a la búsqueda del arraigo, cifrado en la nostalgia de la casa perdida, en el regreso continuo a un lugar que llamar mío, como al desarraigo y al sentimiento profundo de no tener lugar que llamar de verdad propio, como no sean mis palabras y mis páginas literarias”.
Al igual que cualquier cartografía que se precie, La marca del cuadrante fija mojones, establece coordenadas, diseña rutas que confieran realidad al litoral de todas las voces que dictan la identidad de un hombre. Dos cabos tensan la travesía de la fuga desde los simulacros de lo real hacia la vida de aventura, imaginada y tal vez posible. Para Sánchez-Ostiz como para el joven Jim Hawkins, Ismael, Axel Heyst o el intempestivo Moravagine, la vida está, bajo la advertencia de Rimbaud, siempre en otra parte. 
Acaso ese afán de escarbar ávido
en la memoria e inventariar
frágiles y desparejos momentos,
más o menos felices,
anotar un verso, una cita,
reunir papeles, de identidad todos,
pruebas documentales de otra vida,
enseguida legajos polvorientos,
no sea sino la lucha sorda, constante,
contra el otro
que recomenzará desmemoriado mañana.

La huida y el retorno cifran los rumbos en este cuaderno de bitácora. Pulsiones de una identidad en fuga. Cada libro de Sánchez-Ostiz es la crónica de una tentativa fallida, en ellos se levanta un escenario donde se representan variaciones del aprendizaje de la decepción.



La huída

Bajo las oníricas presencias de José María de Ucelay (La cena del capitán Melitón de Mendezona), Sánchez-Ostiz ensaya en Crónica fabulosa del capitán Don José Miguel de Amasa los márgenes de su particular purgatorio: un mundo sumido en un haz de luz informe, acosado por “todos los sueños de una vida ficticia”: La aventura, lo desconocido, la sed de horizonte, las islas, todos los reversos de los espejos, y demás escenificaciones del deseo, deriva en pos de la propia imagen. Territorio entre brumas de la vida posible; espacio mítico “entre cielo y agua”, una especie de arcadia donde tal como advierte la inscripción también la muerte acontece.
El carácter dramático de este escenario del mar y las islas cede a la farsa en El viaje de los comediantes: Las voces poéticas devanan sus acciones sobre tarimas y entablados que emulan calles adoquinadas, tascas marineras, en las que siempre sorprende a un actor disfrazado de naufrago un simulado amanecer como “un lienzo que el viento agita”. “Torpes artes de la escena: palabrería y humo frío en el paraíso”. Tras los tímidos efectos de la tramoya y la estéril estrategia de la escena y el disfraz crece el miedo: acaso no exista otra realidad que lo figurado, el sueño y su impostura, y sin embargo sus puertas siempre abiertas.

…borra todo temor blanco, toda blanca soledad,
condúceme a la piedra oscura,
dame de beber en la copa en cuyo fondo
la memoria se hace noche.

Travesía de la noche se erige en escenario del bosque, la quimera del sueño, la promesa de todo amor, la aventura permanece momentáneamente a resguardo en la enramada antes de tomar conciencia de que somos a un tiempo la partida de caza, los ingenios de cetrería, la red, la presa a la fuga y esa secreta certeza de nunca poder darle alcance, nunca poder abatirla. Arden los bosques como antes lo hicieran los teatros. Ahora la única realidad posible es la jauría, el aliento de la embestida en la nuca para recordarnos la huida sin fin a la que pertenecemos.

Nada de todo aquello fue cierto.
Ni allí ni en ningún otro sitio
pusiste los pies.
Hablarás de una casa en la nieve,
pero ignoras que el país fue arrasado.
Una voz, una mano cerrando unos ojos
en el centro de la noche
con la vaga promesa de un sueño inmóvil.

Con De un paseante solitario y Reinos imaginarios Miguel Sánchez-Ostiz hace recuento de sus colecciones de cosas y gestos; pecios de la memoria, secuencias literarias rescatadas de sus muchos viajes por la vida de otros. Objetos en los que en vano nos hemos guarecido, tristes inventarios de nuestras pieles, crónicas de insípidas mudas.
Algo hay en estas crónicas de viajero inmóvil, de la escenificación de los gestos legendarios que José María Álvarez atesora en su monumental Museo de cera. Mundo inventariado con una misma voluntad de salvar de todo cuanto aparenta ser real su mítica.

Lluvia, siempre lluvia de abril,
lenta, adormecedora.
Me esfuerzo en pensar tierras más cálidas.
Ignoro cómo son, cuáles sus colores
y sus luces. Sólo sé de relatos
de viajeros, de vidas de otros.
Fuera de esta lluvia, de este jardín
en el que ya verdean los tilos
y de alguna de las cosas
que tan tenazmente amé,
y que ya la carcoma, los roedores, la humedad,
qué sé yo, están destruyendo, como a mí mismo
otros males menores, no conozco gran cosa.



El retorno

Con El otro sueño del caballero (referencia explícita a otro cuadro, esta vez de Pereda), Invención de la ciudad y Carta de vagamundos se dan por concluidos los años de deriva, se asume la condición de naufrago. Ceden las arquitecturas del sueño, surge el más voraz de los simulacros: la ciudad, donde “la única meta posible es partir”. Concluye el viaje, comienza la errancia. Persisten los inventarios, en esta ocasión de gentes, rostros, identidades apenas, voces entre el susurro en sombra de otras voces que se prestan, intercambian o comercian con sus mensajes de socorro.
Ciudad que es “ciudadela, fortín aislado y fronterizo, penal sin retorno, plaza fuerte adelantada en la tierra de nadie”; ciudad deudora de aquella otra “recoge perdidos” que radiografiara Luis Martín-Santos, con “sus enfermedades incurables, crónicas y a la postre mortales”. Ciudad de espaldas a los bosques y demás templos, alzada sobre aguas muertas, inventario de estanques, laberinto, purgatorio, vientre al fin de la ballena donde fraguar hábiles y silenciosas tentativas de existencia que salven a penas nuestros insomnios.
Con Aquí se detienen, Sánchez-Ostiz vence el germinal desarraigo que impulsó su viaje. Afirma el camino, desecha la posibilidad de un retorno a la casa, a cualquiera que no haya levantado él mismo con sus propias manos; “fundar hasta el propio nombre, la propia vida” y hacerlo con palabras que es la forma hábil de habitar la errancia. Para salvar los precarios simulacros que somos, tejemos cada vez nuevos y fugaces espejismos.
Sánchez-Ostiz vigila, ahora, la ensenada apostado en alguna ventana del El almirante Benbow. Inventaría atardeceres, recopila escenarios, sonríe las audacias de la vieja pulsión… en ocasiones también escruta el horizonte y aguarda a que alguno de esos buques traiga noticia de las últimas publicaciones, acaso algún ejemplar de Young Folks Magazine, donde tiene entendido se recogen episodios de su vida posible.

Tenía, tuve, tengo cosas,
perdidas, encontradas, atesoradas,
robadas también, ay, su hueco.
yo veía,
veía en las cosas otras vidas que eran la mía
otras vidas que hacía mías.
nada de eso se ha quebrado, nada,
estoy seguro, nada ha hecho agua,
están casi, casi como cuando, con más alegría,
está todo intacto en el fondo de ti,
en el fondo de mí.

   





BIBLIOGRAFÍA

Pórtico de la fuga (1979)
Crónica fabulosa del capitán Don José Miguel de Amasa (1981)
El viaje de los comediantes (1982)
Travesía de la noche (1983)
De un paseante solitario (1985)
Reinos imaginarios (1986)
El otro sueño del caballero (1988)
Invención de la ciudad (1989-1993)
Carta de vagamundos (1994)
Aquí se detienen (1999)
La marca del cuadrante: Antología poética (1979-1999)
Deriva de la frontera (2012)