autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959)



 

     Poesía sin vuelo 
(Los sueños grávidos de Karmelo C. Iribarren)

Si no fuese duro, no estaría vivo.
Si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo.
                                           Raymond Chandler

Llega, toca, lárgate.
         Freddie Green

Los personajes de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) llevan veinte años encaramados a la barra de los mismos bares, cediendo a la insana cercanía de sus semejantes en los transportes públicos, al tedio de saberse irreduciblemente solos o acompañados para poco o nada mientras conversan o simulan comunicarse, atrincherados en domésticos reductos, al amparo de vapores etílicos, o densas nubes que ascienden desde el fondo de cuerpos que apenas sabemos amar. Personajes que nada construyen, respiraciones a tientas. De espaldas siempre al hombre erigen con sus tibios gestos una pira, en ella cada día sólo ellos arden, sólo ellos son la incompleta ofrenda.
 Inventario de hombres apáticos, apenas sombras que patean sus ciudades comprobando que ya ningún enigma les aguarda, ningún misterio crece, el mundo cumple sus ciclos con la misma indiferencia con que uno retoma el camino a casa después de la penúltima.
Asomados a un paisaje monocromo componen ellos mismos las líneas nítidas de lo intrascendente; cultivan, propician lo insustancial tal vez disuadidos de la fatiga que entraña erigir oscuros paraísos.
Compendio de mobiliario urbano y gestos que dejan prendido en el instante el familiar rastro de lo ajeno. Fracturas minimalistas en esta Poesía completa (1985-2005) que lleva por título: Seguro que esta historia te suena (Sevilla, Renacimiento, colección calle del aire).


Poesía sin vuelo

Poesía carente de épica; estar vivo es simplemente un accidente, ninguna grandeza acompaña a este hecho, ninguna acción traspone ningún límite, ni nos eleva más allá de nuestras insípidas maneras de habitarnos. Paradójicamente cualquier tentación literaria es tenida por una falsificación. Por ello es difícil hablar de la existencia de versos en estas composiciones. Una decidida voluntad antirretórica las recorre. Junto a maneras sobrias y coloquiales se pretende dar cuenta de una realidad seca, tajante y nítida; realidad áspera, exenta de la coartada de algún adjetivo en la que poder transfigurarse o desaparecer.
Iribarren no aspira a decir el mundo de forma poética, eso entrañaría salvarlo. Tan sólo reproducir con el lector la discreta complicidad que nos procura una conversación en tono menor. Esta poesía sin ambiciones, tampoco se complace en malditismo alguno; la voz de Iribarren transcurre certera y templada, sin estridencias constata un paisaje replegado sobre si mismo, miradas donde ningún horizonte ha prendido. Estas formas del desengaño, este íntimo desencuentro con la vida, se resuelve sin autocomplacencia, con grandes dosis de ironía y autocrítica. El yo de estos poemas está tratado con una sincera falta de consideración, nada en él declina hacia la mitificación. Las anécdotas y recuerdos se solapan, pierde su brillo nuestra historia.

Como a veces
nos viene a la memoria
algo sin importancia
que dejamos
para el día siguiente
hace ya tiempo,

he recordado
viejo amor
cuánto te quise.


El Amor

Interesa retratar la banalidad del gesto, la pequeña emoción a él adherida, las transiciones en que cualquiera de nuestros actos o el imaginario que las propician dejan de ser sublimes. Estos fragmentos componen la crónica de los espacios en blanco que somos, aquellos en que aparentemente nada nos sucede. Acaso sea en esos abismados presentes cuando más nos pertenecemos.
Nada hay en el deambular de estas sombras de exasperado o dramático. El tono cadencioso y sereno, la elegía desapasionada con que se acompañan estos episodios nihilistas recuerda a la indolencia lúcida de Iliá Ilich Oblómov, su apática contabilidad del mundo desde el fondo de un diván, retratada por Goncharov, y a toda esa generación de hombres superfluos, anodinos, igualmente incapaces para negar la vida que para dotarla de aliento, que la literatura rusa acertó a instaurar.

Más allá de la ventana
un trozo de autopista
solitaria
bajo la lluvia;
dos bloques de pisos
de cemento rojo,
sucio, gris;
un árbol desnudo,
raquítico,
bajo el viento,
espectral…

“De la vida me acuerdo,
pero donde está.”

Tal como señalara Cioran, No hay negador que no esté sediento de un catastrófico si. También Iribarren afirma. El amor y sus simulacros, ese invento necesario se extiende como una llamada de auxilio.

Suena el teléfono de pronto
y tú desapareces. Más tarde,
mientras fumo un cigarro
o leo una novela, vuelves.
Y te vas otra vez porque
ha llegado alguien. Así vivimos
estos últimos meses. Así
sufrimos. Siempre conmigo
tú, contigo yo, siempre
escondidos. Unidos sólo
por este raro amor impronunciable.


La ciudad

Se advierten atmósferas de novela negra, realismo sucio, los silencios de Carver, algo de las destempladas tentativas de Roger Wolfe, en ocasiones la crudeza y rabia, las ácidas venganzas de Fonollosa. Todo ello en un tono sobrio y acompasado, sin aristas.
Poesía despojada, seco inventario de todos los objetos sueltos de que esta hecha una ciudad. Objetos indiferentes, silenciosamente lacerantes, que a penas nos nombran a pesar de estar en ellos nuestra impronta. Detrás de estas fracturas se adivinan los cielos ciegos del pintor Aitor Etxeberria en su serie Babel. El horizonte disecado sobre el que se recorta el vértigo de una ciudad atrapada en sus espirales.
Como ya advirtiera Martín Santos, un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre,... un hombre nunca está perdido porque para eso está la ciudad. Que el hombre puede sufrir o morir pero no perderse en esta ciudad, cada uno de cuyos rincones es un recogeperdidos perfeccionado, donde el hombre no puede perderse aunque lo quiera porque mil, diez mil, cien mil, pares de ojos lo clasifican y disponen, lo reconocen y abrazan, lo identifican y salvan, le permiten encontrarse cuando más perdido se creía en su lugar natural.
La ciudad es un reducto del que toda huida ha sido extirpada. Las Autopistas han instaurado un nada consolador retorno, tendidos eléctricos como la nervadura de un animal que camina en sueños, portales para guarecerse de uno mismo, charcos como cielos que en vano esquivamos. Callado tejido. Gestos y objetos son un mismo lastre que nos mantienen aferrados a una tierra donde a penas queda ya nada por decir.
Todos estos objetos cobran vida alguna vez, se fundan entonces mudas complicidades, un extraño abrazo entre seres de una misma especie, a los que hieren idénticas pérdidas.

Acabo de tirarlo,

35 minutos bajo la tormenta
-esperando un maldito
taxi-
han podido con él.

Pero cómo se ha portado.

Ésa es la diferencia:
los taxis son como ciertos amigos,
nunca están cuando más los necesitas.

Los paraguas, en cambio, mueren por ti.




La ciudad   Serie B.   Ola de frío (poesía)   Seguro que esta historia te suena

 Las luces interiores   VERSOS QUE EL VIENTO ARRASTRA KARMELO C. IRIBARREN   ATRAVESANDO LA NOCHE  KARMELO C. IRIBARREN   OTRA CIUDAD OTRA VIDA KARMELO C. IRIBARREN




BIBLIOGRAFÍA

Bares y noches (1993)
La condición urbana (1995)
Serie B (Renacimiento (1998)
Desde el fondo de la barra (1999)
La ciudad. Antología poética (2002)
Seguro que esta historia te suena. Poesía completa (1985-2005). (2005)
Ola de frío (Renacimiento, 2007)
Versos que el viento arrastra (2010)
Otra ciudad, otra vida (2011)
Seguro que esta historia te suena. Poesía completa (1985-2012)
Las luces interiores (2013)