autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Jorge Oteiza (Orio, 1908 - 2003)



Jorge Oteiza:
(Elogio del hombre proteico)



…quien quiera que seas, también nosotros yacemos náufragos a tus pies.

                                                                                            Walt Whitman

Yo soy el arquero del mundo,
el ágil cazador
de las ciudades y los bosques

                             Carlos Sabat Ercasty


Gran parte de la obra poética de Jorge Oteiza (1908-2003) está imbuida de esa pulsión profética que bajo el influjo de Walt Whitman prendió en la vanguardia chilena a principio de los años treinta. Poetas como Vicente Huidobro, Pablo de Rokha o Pablo Neruda se disputaban un lugar preeminente en la nueva América para este brote mesiánico y oracular en sus voces.
Poesía excesiva y torrencial, de vigorosa expresión y vitalismo épico. Su fuerte ascendente religioso sacraliza la palabra poética, y confiere al poeta la forma y maneras del profeta visionario y la capacidad de transformar y conducir el sentir de un pueblo a partir de la transformación individual. El poeta es un pequeño demiurgo, un hombre que ha visto y que comprende a Dios en el sacrificio y la soledad de los procesos creativos, un hombre llamado a suplir con su palabra germinadora y dadora el vacío en el horizonte de sentido moral, la ausencia de Dios. “En el arte el pensamiento elabora formas para la acción”.


Sé ver
yo sé cómo cae la nieve
estoy lleno de nieve y bailo
yo sé apoyarme en el mostrador en el que hablaban los profetas
y como Abraham me apoyo y como Joshé de Anduaga he dicho
cosas proféticas en el mostrador
pues golpeo en el mostrador y digo

y sólo digo lo que es cierto


Espontaneidad, automatismo, libertad formal. La poesía generosa de Oteiza –ahora reunida en un solo volumen y editada por la Fundación Museo del artista– es eclosión de imágenes, precipitado de símbolos, trasgresión de los significados, sed de esporas fertilizando a un hombre que quiere emerger a un tiempo desde todos los puntos cardinales. Poesía utópica para una nueva pedagogía que transfigure y salve en el hombre su tibio horizonte. Si Huidobro pretendía que la poesía cumpliera en el hombre el hombre entero, Oteiza persigue en la palabra su raíz mítica, y en el mito la posibilidad de que el hombre, cada hombre, sea OTRO.


El mito

A los hombres los mueven los símbolos, y sólo en el imaginario de sus trabajos y afectos parecen procurarse cierto descanso y luz. En Oteiza el hombre es mito y expresión, por ello es labor del poeta vaciar la palabra, devolverla a su oscuro magma originario “en el que nacen las palabras con su lenta, blanda y cóncava desnudez, abierta morfología de su sed original de imagen”, impedir que “en la operación de la expresión la herramienta de la palabra oculte la palabra”. La palabra del poeta ha de transformar el mito y desarmar la expresión: “El poeta emplea la materia oscura de la luz, porque es oscura la luz, la luz vacía cuando está sola, sola antes de que el choque con las significaciones de la expresión la descompongan en el color y su sombra”.
Se trata de una poesía de gran emoción intelectual, asistimos a la fragua del concepto a golpe de parábola y recortes de imágenes. Para Oteiza la palabra es instrumento para ese laboratorio experimental que es el hombre. Lo ha dicho el propio Oteiza: “El arte no transforma nada, no cambia el mundo, no cambia la realidad. Lo que verdaderamente transforma el artista, mientras evoluciona, transforma y completa sus lenguajes, es a sí mismo. Y es este hombre transformado por el arte el que puede, desde la vida, transformar la realidad. El artista fabrica su lenguaje individualmente pero con un destino social”.


todo el que fabrica con un árbol
hará otro árbol
y así el carpintero hará un banco nuevo
el pintor el retrato del aire sin los gritos
en la frente rota de la mañana
y ya nadie hará de una cosa la misma cosa
de un árbol el mismo árbol
de un rostro el mismo rostro
y se alborotaban la gentes que subían
a la santa montaña


Pese a la presencia de la mitología judeocristiana, el carácter trascendente en la poesía de Oteiza no es de orden teleológico, pertenece al ámbito del lenguaje; en la palabra se cifra la transformación de los cuerpos. El poeta no es un visionario, no pronuncia una realidad revelada, sino que pronunciando, la realidad se revela. La palabra insufla un dios en cada objeto nombrado. “No consisto en otra cosa que en llamarte”, clama Oteiza, sin embargo, ese llamar no pretende el abrazo místico, un lugar en Dios, sino “los creadores ojos de Dios”, ese inmenso silencio que tal como advirtiera Celaya: “No tiene nada de humano / Es lo neutro, impersonal, realmente real”, silencio que te está escuchando en los bosques de Ixil. Reconocerse y comulgar con esa abierta raíz del mundo, ese caos, vacío que ocupa un hueco, boca abierta que acertara a cantar Hesíodo, testigo de la eclosión de todos los dioses en los cielos y sobre la tierra, madre del día y la noche, la luz y la oscuridad.


El hombre agónico

Durante los años de formación de Oteiza en América, la figura y obra de Carlos Sabat Ercasty, en especial su ingente serie de Poemas del hombre, causa en el joven escultor una honda impresión. El impetuoso caudal de su palabra, el tono bíblico, cierto panteísmo desaforado, la noción de un hombre continuo, el hombre cazador, el hombre que marcha: “Enciende su sangre la llama de todas las edades”, ese hombre aquejado por la misma fiebre que Dios padece, el hombre cuyas manos han robado su energía creadora “Y con ella caliento mi vivienda / Y alumbro la noche sin caminos”. Aspectos todos presentes en la obra poética de Jorge Oteiza.
Para el sentir agónico el hombre es un recipiente pequeño, apenas un hábil receptáculo donde no tiene cabida nada que no lo nombre, temeroso siempre de que cualquier imprudente abismo lo habite. Oteiza quiere para el hombre su transformación, el hombre otro, el hombre proteico habitado por “las especies distintas de esta misma pasión”, y se lanza a una encarnizada lucha contra esta nuestra extendida manía de ser un sólo hombre y dejar que un solo mito nos pronuncie. Estos hombres, que Baroja en La caverna del humorismo reconoce como intensistas, tan sólo deben cuentas a su acción individual y siempre caminan al margen amenazados por el fracaso.


vengo de los demás cansado
sólo dormir no me despertéis

ponedme en la mano tierra
tierra alrededor

he sido eso tierra
una isla rodeada de tierra
de caminos y de hemos venido a visitarte

innumerables las perdidas horas
hombres palabras decimales 

En Oteiza clama el hombre a salvo de los primigenios estadios de la mezcla y confusión que acaso describiera Empédocles, innúmeras estirpes de mortales disgregados en toda clase de formas por acción del Odio. “Sólo yo, voy a conocer la nada, vosotros volveréis a vuestra mezcla”. 

venía de enfrentarme al hombre
vengo de aquí mismo
pero lejos
provengo de una antigua profundidad

digo que crezco entre muertos
en el origen único testigo
del pasado mítico nuestro

relámpago de lagartos
caídos del cielo o subidos de lo oscuro
soñados por la piedra


Oteiza ha vivido como forastero entre los hombres, acaso fuera uno de los integrantes de aquella expedición a Ixil, el lugar-Cero, el hueco-Madre, de que nos diera cuenta Gabriel Celaya, en su libro Orígenes; uno de los pocos que desaparecieron para no volver sino renacidos. Volver para reproducir el canto del tiempo Pre-Cero de los arcaicos moradores de Ixil donde viene inscrita la esperanza de un “perpetuo nacimiento”. Canto que ignora la mayoría de los hombres y aterroriza a los expedicionarios por desconocido y remoto, por rebasar al hombre, por mostrar que en el fondo de los laberintos no se oculta sino el delirio de requerir del mundo un centro oculto, “el eterno espejismo de lo trascendental”.


Estatua y libro
Emilio Varela Froján

Pienso que aquel vacío conclusivo de la estatua en Oteiza, su consecuencia lógica, tuvo su desarrollo posterior en el libro. (Concretamente en Itziar elegía y otros poemas). Él mismo ya lo anticipó en el Homenaje a Mallarmé (la estatua del libro): el texto como vacío y la página en blanco. Y yo a todo aquello lo llamé después La lógica del libro. Era, sin embargo, aquél, un vacío solo que tenía que llenarse de hombre (LEKUONA), es decir, de conciencia. Oteiza (en el libro) trabajó, finalmente, con verdadero material humano. Y humanamente el vacío es una ausencia con nombre (ITZIAR). Toda ausencia materia del libro. Y la luz en el espacio humano de la conciencia es el abandono y la desaparición, el olvido y la pérdida: las soledades reunidas del amor y de la muerte. Encontró, en el libro –en su forma– la geometría original (radical) del pensamiento. La oración más exacta para sus visiones, la frase más adecuada a la figura. Se dio cuenta de que el libro era la solución estética y ética al problema del espacio-tiempo. Y, como le ocurrió a Malévich con sus últimos cuadros, logró de forma consciente, más allá del arte (de la estatua), en el hombre nuevamente, en la poesía, las figuraciones de la nada y del vacío. O, dicho de esta manera: los cantos de la nada y las máscaras del vacío. Todo en el mismo libro… de las desapariciones y de las ausencias. Uno sólo puede pretender llegar a este lenguaje terminal –a los infinitos términos del amor– y celebrar la hora última del acabamiento. 


             

           NEKATUTA ETA BIRAKARI * CANSADO Y GIRATORIO (OLERKILAN NIMIÑOA)



BIBLIOGRAFÍA

Existe Dios al Noroeste (Pamiela, Pamplona, 1990)
Itziar, elegía y otros poemas (Pamiela, Pamplona, 1992)
Poesía (Fundación Museo Jorge Oteiza, 2006)