autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954)




Poemas de Arcadia
(Francisco Javier Irazoki: Radiografía del paraíso)


Ambos somos funcionarios en tierras extrañas
donde quiera que estés habrá entendimiento
                                                     Wang Bo

En la primera de las reproducciones del mito de Arcadia, la que pintara Giovanni Francesco Barberi (Il Guercino, el bizco) en 1618 bajo el título Et in Arcadia ego –cuadro que años más tarde inspiraría a Nicolás Poussin sucesivas versiones–, dos pastores muestran su asombro y desconfianza ante el descubrimiento de una tumba en los bosques de Arcadia. Sobre el sepulcro, un cráneo humano a cuya boca se asoma un ratón, sobre el cráneo una mosca como una tonsura. En el frente del sarcófago una inscripción advierte: “Et in Arcadia ego sum” (yo también estoy en Arcadia).
Tras la revelación, la posibilidad de una vida inocente y despreocupada en la bucólica naturaleza de Arcadia queda cercenada. El Tiempo irrumpe violentamente. El bosque es ahora una envolvente cámara mortuoria.
En cualquier caso, la poesía de Irazoki (Lesaka, 1954) parece más acorde con las versiones de Poussin, más sutiles y eruditas éstas, donde la inscripción ocupa el centro y las expresiones interrogativas de los pastores que la examinan, ajenos a la presencia alegórica del dios fluvial Alfeo, se muestran serenas y meditativas, tal como corresponde a todo memento mori.
Este recordatorio de la muerte es una constante en la poesía moral de Irazoki. Una suerte de Vanitas barroca con su particular representación de la fractura del paraíso al comienzo de todos sus libros publicados hasta la fecha. Así Árgoma, Desiertos para Hades o La miniatura infinita, recogidos en la edición antológica que realizara Félix Maraña en 1992 bajo el título de Cielos segados para la colección “Poesía vasca, hoy” de la Universidad del País Vasco.
Así también, la primera estampa de infancia con que se abre su último libro Los hombres intermitentes (Hiperión, 2006), compilación de secuencias autobiográficas en prosa poética. En ella el sarcófago ha sido sustituido por una higuera, en un hoyo cavado entre las raíces descansa el hermano muerto.

Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos.

“Un hombre es el templo más hermoso de la nueva ciudad”.
Los poemas de Irazoki son una celebración del encuentro, una sed de trascendencia fraterna en el hombre, su sabiduría y las manifestaciones espontáneas de la naturaleza. Realidades que el abrazo o las manos no retienen pero que dejan su sabor indeleble en la voluntad.
Se trata de una épica intimista, una voz estoica contra el pesar de todo cuanto confiere cuerpo a la ausencia y amenaza dicha trascendencia: el dolor, el desamor, el olvido de uno o las ficciones del lenguaje.

Definimos lo que se posa
muerto en nuestras manos.
La vida con displicencia,
según gradual esplendor,
elude la sumisión a la palabra.

En el cuerpo suceden todas las cosas que al hombre importan. En él arraiga el dolor y su conciencia, la promesa de desmembramiento, en él el Tiempo habilita los espacios para la tala. Mientras la muerte no ocurre celebran en el cuerpo los hombres el amor, la amistad, el encuentro. En el cuerpo la memoria recolecta la historia de sus identidades, el tiempo huido y amasa el conocimiento su luz. Para Irazoki el cuerpo es toda la extensión del paraíso, “La oscuridad última / apenas tiene el tamaño de nuestra sombra”. En este espacio sagrado Dios carece de voz, es una presencia incómoda que nunca alcanza la estatura de un hombre.
Cada uno de los libros de Irazoki es una forma distinta de nombrar este encuentro, una suerte de religare, en que se inaugura un nuevo espacio, un nuevo reducto, una nueva ciudad del hombre.
Poemas para un lugar consciente y lúcido, donde el deseo no proclame febril la tiranía de los cuerpos y cada paso sea algo más que el simple ruido de cuanto arrastramos. Poemas para una estrategia, técnicas, métodos, procedimientos, planes y demás ingenios que contemplan la reforestación del paraíso.

no entiendo cómo no han prohibido morir a los 25 años
y han dejado al hombre mudo ante el eco impenetrable
de los días,
con el fondo de la vida atafagándole las sienes,
examinando boca abajo su certificado de irrealidad,
inerme,
extendiendo torpemente los brazos
tras un reguero de ausencias,

Si en Árgoma las formas del encuentro y cuanto lo amenaza, el amor y sus pérdidas, la muerte siempre, recurren al poema autobiográfico, emotivo, serenamente desgarrado, en Desiertos para Hades las composiciones se intelectualizan. Con voluntad arqueológica desentrañan en las distintas tradiciones clásicas un saber indemne donde perdure una luz, una claridad, una naturaleza revelada. Teosofismo panteísta, decorados para la representación de una misma ansia de verdad donde entran en escena los dioses y maestros de la Grecia clásica, el ascetismo jainista, los místicos europeos o las tentaciones de la noche unitaria y definitiva de Novalis. Por su parte, La miniatura infinita alterna poemas en prosa donde interesa destacar el carácter marginal de la sabiduría, la soledad y desarraigo de quienes han visto, con composiciones mínimas, ingenios, depurados artefactos de relojería, estilizadas hasta conseguir que el saber solidifique en aforismos y máximas morales presentados no obstante bajo los presupuestos formales del haiku.
En ocasiones la amenaza de la edad, la enfermedad, el olvido, todas las fuerzas movedizas que fracturan un cuerpo y disuelven la imagen de su paraíso, son un destejer que el hombre ignora, un trabajo de zapa donde lo indeterminado adopta la forma simbólica de los relatos de Cortazar, Casa tomada o Cefalea, otras, la fractura tiene reminiscencias de un orweliano hombre invisible:

Se cree ya que los países de la Tierra están colmados de un solo hombre superpoblado. A sus pies holladuras inocentes.
A veces el Hombre Invisible oye con desidia un concierto de cuerpos gimientes. Sumergidos en peligrosas aguas o entrechocándose en el légamo, algunos seres sienten ganas de nacer.

Los objetos, los elementos sueltos del paisaje ante los que Irazoki se detiene, son siempre pequeñas cavidades donde reposar la palabra. En la inmediatez de lo real o su evocación, un lenguaje seducido depone su tiranía. En toda imagen nos está reservada una porción del prodigio.
Poesía apolínea, exenta de agonismo, que enuncia su voluntad de iluminación, despojamiento, depuración y ascetismo.
Para Irazoki, en Arcadia, a pesar de la existencia del Tiempo y la promesa de disolución, ningún hombre es sólo arena.

“Es terrible tener las manos fuera del amor”.
El cuerpo es una realidad entre la desaparición y la transparencia. Cuando el hombre olvida al hombre, éste desaparece, no es. “Cuando nadie nos ama, / las ortigas copulan entre los dedos”, se borra mi cuerpo, “entro sin ser visto en los lugares concurridos”, “se evapora mi pasado”, “mi imagen en los álbumes es un fondo de vegetación indefinida”. Cuando nadie me ama, se consume el aire de Arcadia en un eclipse.
Un hombre amado, por el contrario, “saca sus zapatos escondidos detrás de los arbustos y regresa a las fotografías”, muda de piel y escucha “cómo suenan unos pies al ser guiados”. El amor recolecta las fracciones dispersas y hace a un hombre, lo salva de lo innecesario, el exilio, “el error de vivir”. Un hombre amado existe, continúa, se trasciende y permanece, allí en la desnudez y la transparencia.
El cuerpo es esta realidad intermitente.

El Paraíso sería insoportable
si no pudiéramos huir de él

Acaso la imagen de un simple arbusto, la árgoma, acierte a explicar mejor que ninguna otra esa última brasa de fraternidad que nunca se consume, que perdura después de los desencuentros y desapariciones, del olvido que crece sin descanso, de la amenaza de las desertizaciones en los bosque s de Arcadia. Así la árgoma, acaso la especie más obstinada, colonizadora y prolífica de entre las leguminosas, la primera en aparecer en los suelos diezmados, enriquece y nutre los terrenos, los vuelve hábiles para la recuperación del bosque primitivo después del incendio o la tala. El más simple y doméstico de entre los arbustos, molido constituía los piensos para el ganado, antiguamente su madera ardía en los hogares.

descendí del sueño con los ojos nevados
para ver de cerca el naufragio remoto
que hay en los ojos de los transeúntes
y esta es
 mira
la llama estremecedora que he encontrado
oculta en el hombre más fatigado de la tierra


    

 La nota rota


BIBLIOGRAFÍA

Árgoma (1976-1980)
Desiertos para Hades (1982-1988)
La miniatura infinita (1989-1990)
Cielos Segados: Antología poética (1976-1990)
El hombre soleado (1991-1996)
Retrato de un hilo (1994-1998)
Los hombres intermitentes (1999-2003)
La nota rota (2009)