autores vascos en castellano

autores vascos en castellano
Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Alfonso Pascal Ros (Pamplona, 1965)




Poemas del agua 
(Los hombres solos de Alfonso Pascal Ros)

 Duro es hallarse solo
 en medio de los cuerpos.
                         Luis Cernuda

     El mar y tú sois mis cosas. 
                          Alfonso Pascal Ros

Hay escritores que no confunden su labor con un oficio. Que sobre cualquier otra consideración pretenden conservar la extrañeza ante ese primer surco que abre un verso, mantener indemne su dificultad primera: “Poetas que se escriben”, que diría Karmelo C. Iribarren. A estos autores la palabra les acompaña siempre prendida en los bolsillos o percutiendo su respiración. Con el tiempo esos “álbumes con desquicios de vida columpiando” componen la ruidosa voz del doble a nuestro costado. La obra poética de Alfonso Pascal Ros (Pamplona, 1965) reproduce el diálogo íntimo y cercano con ese otro que sitia nuestra palabra, cada uno de nuestros gestos, que en comunión se reparte nuestros humores.

A veces una extraña sangre fría
manda lo que hago
aunque alguien diga
que la sangre no es extraña nunca.
…generaciones de sombras trashumantes
han pasado bajo mis piernas
Oigo tantas voces llamándome a distancia
Que temo que mi nombre pueda arder
En medio de los gritos

Pascal Ros despliega un universo verbal elusivo; trazos contundentes y gruesos acotan pedazos de vida, anécdotas, biografías, episodios mínimos de muchas y variadas voces. Con ellas compone un mosaico de piezas sueltas al dictado de todos “los nosotros que nos ascienden”.

Porque la poesía es un defecto...
Desde la metáfora extensa y dinámica de los primeros libros –donde se congregan con cierta plasticidad surreal la nómina de bestiarios cósmicos, elementos telúricos, partículas elementales, partes sueltas con las que se ensambla un hombre, con ese su pulso de lo sagrado, un dios latiendo en cada órgano–, el tono discursivo de las composiciones de Pascal Ros ha ido creciendo en contención y arquitectura, en orden expositivo, en sencilla y explícita formulación; ha ido afilando su ironía sin menoscabo de la espontaneidad de los primeros versos, siempre lejos de ornamentos y cultismos, de “la excesiva poesía en poesía”.
Pascal Ros no pretende poemas perfectos; más atraído por los riesgos de un diálogo en la intimidad de sus deseos, pasiones y contradicciones que por la contemplación de eficaces arquitecturas, se aventura en una búsqueda de la belleza a través de la indagación, auscultación y atento tamizado de sus diversos estados del ánima.

Desprecio la palabra precisa,
Transmitida artificiosamente
Y desde lejos

Inventario de voces
La obra poética de este autor alcanza ya una veintena de títulos. Con una frescura y naturalidad no exenta de riesgos se levantan estos edificios que responden a tentativas estéticas diferentes. Diversidad e inquieta búsqueda. Desde los tonos decididamente confesionales y elegíacos de Poeta de un tiempo imaginario (El Paisaje, 1987), Convite de abalorios (UGT, Juventud, 1987) o Supe de ti tu incertidumbre (El Paisaje, 1990), a las construcciones biográficas de Nocturnos sin protocolo (Medialuna, 1991), La quema de Van Gogh y otras visiones (Juan Pastor editor, 1992), Modales de los cuerpos desolados (Ediplus, 1993) o Un hombre ha terminado de escribir. Contemplamos después el tierno distanciamiento en las depuradas personificaciones de De aquellos mares, estos sueños (Adonais, 1993); algún poema en prosa; las vertientes experimentales de Once poemas de cosas (separata de la revista Archione, 1994), donde aborda el poema conceptual, el automatismo o la poesía visual; los tonos irónicos en Los poemas del apátrida (El Paisaje, 1990), Mares bajo noches (Bilaketa, 2000), o Principio de Pascal. También, los sentidos homenajes a los maestros y la decantación religiosa en Modus facendi o la formulación y el aforismo en Tirones (Medialuna, 1991). No ha sido ajeno tampoco a incursiones en la poesía infantil, La huerta de ana (Hiparión, 2004), que recoge la improvisada frescura de las canciones de corro, poemas para cantar y bailar al ritmo del arrullo de una naturaleza domesticada.
A esta inquieta exploración de tonos y voces poéticas le alienta una férrea voluntad ética. Al decir del propio autor es el humanismo el hilo conductor de esta extensa obra: “Yo no les voy a hablar de puestas de sol, la lluvia en la clepsidra o la sombra del chopo. Si fuera una piedra les hablaría de las cosas que les pasan a las piedras pero soy una persona y cuento las cosas, propias o ajenas, que les pasan a las personas”. Es esta preocupación por el hombre la que lo emparienta con autores como Gabriel Celaya, Blas de Otero, Cesar Vallejo o Luis Cernuda.

Bajo el ala de Luis Cernuda
De entre todos ellos es a Cernuda a quien Pascal Ros debe más; deudor de ese su diálogo en la intimidad al acecho del deseo; su palabra indolente, estrechamente vinculada a la naturaleza y la disposición de los cuerpos; la honda y declarada búsqueda de una belleza inmediata de carácter sensual y afectivo; la romántica alianza de esa búsqueda con el dolor y el conocimiento.

No se hace un dolor grande con las manos.
Todo el cuerpo lo dibuja,
lo crece y estira
hasta hacerlo tan grade como un hombre.
Quería anochecer entre tus brazos
y despertar sabiendo.

A todo ello se unen afinidades formales y de concepto: Las personificaciones del mar; el pesimismo acerca del poder efectivo del poema: “Leve es la parte de la vida / que como dioses rescatan los poetas”, escribe Cernuda acuciado por los males de la guerra; fracaso que hace suyo Pascal Ros en los perdidos duelos del encuentro amoroso cuando afirma: “Cuánto me gustaría / rebajar a palabra / lo que no admite el pecho que se escriba”. También, cuando escribe: “Todas las noches / el mar y los poetas ven lo mismo, / estrellas indiferentes”.
El ascendente romántico alcanza nuevamente a Pascal Ros en su concepción, si no divida tal como en Cernuda y Bécquer, sí trascendente de la condición del poeta, ese “hombre al otro lado de la vida”, al que acompaña un íntimo fracaso, condenado a la soledad de su estatura: “Para qué sirve sufrir / como esos hombres que sufren en la calle / y no hacen volver el rostro a nadie”. De igual modo se idealiza la figura del poeta en Cernuda, que ensalza la grandeza de un Larra frente a sus contemporáneos: “La tierra ha sido medida por los hombres… / No hay sitio en ella para el hombre solo”; “Nadie escucha una voz, tú bien lo sabes. / ¿Quién escuchó jamás la voz ajena / si es pura y está sola?...”.
También en su concepción del amor como tormento se asemeja a su maestro. Si en Donde habite el olvido Luis Cernuda afirma: “No es el amor quien muere / somos nosotros mismos”, Pascal Ros asiente: “La muerte del amor, / como la muerte, / es un presente inmenso / donde nada se respira”.

La piel de los océanos
En sus poemas son recurrentes las figuras del agua en todas sus mutaciones: lágrimas, lluvia, mares, ese páramo que no puede ser dicho en la entraña del poeta; el pulso del doble, ese nosotros ignorado hecho de muchas pieles; fracciones del cuerpo: extremidades, manos, armas blancas de los hombres condenados al abrazo; el amor, el mayor de los ingenios improbables; la escasez de la palabra para soportar un pecho; denuncia de la vida dócil, memoria del niño y su paraíso: “Os traigo la condena al origen de las sombras. / No hallaréis más”. Todas esas cosas en definitiva de las que está hecha la soledad de los hombres, “su vocación de sueño”.

Que soledad tan terrible la del centro de los Océanos.
El sol se desdibuja en curvas de agua.
El mar emerge de un pasado de humo.

Ballenas blancas desvelan
un letargo de siglos.
Diviso un mar sin luz
que calma su ayuno
en el vientre febril de las especies

Vuelvo a elegir tu pecho
encima de mis penas.
la luz ha caído al agua.
Círculos terribles
Convergen hacia el centro.

La obra de Alfonso Pascal Ros se reconoce en las palabras de Luis Felipe Vivanco: “La poesía no es más que la piel del otro lado del alma. No de éste, en el que lloramos y reímos, envidiamos y amamos, sino del otro, al que se llega pasando por lo más hondo”. Se ve en este poema:

El mar quiso llorar al acordarse.
Recordaba cosas
que habían pasado por sus aguas.
Quería llorar como había visto tantas veces,
como se agrandan los dolores
o como se merecen por el llanto.
El mar puso en llorar todo su empeño.
Qué difícil llorar cuando se es agua.


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BIBLIOGRAFIA:

Poeta de un tiempo imaginario (1987)
Convite de abalorios (1987)
Lo que Hemingway contó de España (1987)
Supe de ti tu incertidumbre / Los poemas del apátrida (1990)
Nocturnos sin protocolo / Tirones (1991)
La quema de Van Gogh y otras visiones (1992)
Modales de los cuerpos desolados / De ti impaciencias (1993)
Los vínculos del verdugo (1993)
De aquellos mares, estos sueños (1993)
Once poemas de cosas ( 1994)
Primera reunión, Antología poética 1985-1990 (1995)
Modus faciendi (1999)
Mares bajo noches (2000)
Un hombre ha terminado de escribir (2009)
La huerta de Ana, Poesía infantil (2004)
Principio de Pascal (2013)