Poesía totémica
(Los cuerpos simultáneos de Amalia Iglesias)
El tesoro de ser dos la memoria intrínseca
de los trajes de antaño flotando en tu superficie
salvo en el diamante sólo en tus ojos se encuentra
la época en que el cielo no era la menor de mis
demostraciones.
Juan Larrea
Alguna turbadora imagen de las cosmogonías hinduistas muestra el mundo sumido en el letargo de un dios. Su apariencia y la definición de sus leyes naturales no son sino una posibilidad más entre la infinitud de mundos soñados por incontables dioses. El cosmos ve cumplidas sus edades en un movimiento continuo de expansión y contracción que corresponden a los estados del sueño y la vigilia de la divinidad. Así Shiva, síntesis mitológica de las edades del universo, los ciclos de la naturaleza y las estaciones de los nacimientos del hombre, muestra en una de sus cuatro manos un tambor, percusión y ritmo universal, origen del lenguaje y la expresión. En la otra, un tridente con una lengua de fuego da cuenta de la imperecedera generación y extinción de todos los estadios, ciclos y tiempos. Las otras dos manos, simplemente oran.
Los mimbres con los que, en la obra poética de Amalia Iglesias, se trenza el sueño de las edades del hombre son: la memoria, la palabra y la materia. Tres cuerpos que dejan indemne sobre el poema un solo rastro, vestigio, hendidura, única realidad visible de nuestros extraviados pasos de regreso a la caverna.
La obra poética de Amalia Iglesias Serna (Menaza, 1962), ha sido recogida en la colección “poesía vasca, hoy” (Universidad del País Vasco, 2003) bajo el título Antes de nada, después de todo. Con posterioridad ha publicado junto a Lola Velasco Intravenus (J.R.J. Huelva, 2003) y Lázaro se sacude las ortigas (Abada, 2005). Toda ella habla desde muy lejos, se asoma a todas las tradiciones y de todas ellas recoge, digiere y destila su porción de pensamiento trágico.
Memoria
En el infranqueable paraíso que evocan sus poemas, Amalia desgrana a un tiempo, de forma simultánea, los espacios devastados de la memoria y la certeza de un edén de infancia que no sabremos reproducir.
la casa en que nací puede verse desde estas tumbas,
al otro lado del camino.
Saber tan cerca mi cuna de madera
sólo deja un fondo de niebla en el paladar.
La memoria no restaura los instantes ya ardidos; recorre su ceniza e inventa una huella, indicios de un nativo extraño en una tierra desolada, un tú sin tiempo, aferrado con fiereza a la palabra. La voz de Amalia bate la realidad con voluntad de demiurgo, percute la imagen para que ese tú pueda seguir existiendo. Dota así de realidad a los simulacros de las identidades, hace vibrar cada porción de materia.
Ese que somos en el tiempo se disgrega en los días y las estaciones. Queda la afirmación en las metamorfosis, en todas las mañanas que son lugar que no pertenece a secuencia temporal alguna; cuando amanece sólo somos la voz que enuncia, palabra, detonación, oración, eclosión de partículas elementales y todo es íntimo y arde con la serena voracidad de las galaxias.
En la poesía de Amalia comulgan arquitecturas evanescentes, espacios que viven de forma lúcida su imposibilidad de ser acotados. Un Otro enfrente, sin nombre, fronterizo, nunca del todo ido, confunde con serena amargura el otro lado con el “sí mismo”, las sombras con sus identidades, las tumbas con la promesa de un nombre inscrito en sus lápidas. Densidad de cuerpos que no hacen materia, trabajos de la memoria que enumeran naufragios. Memoria que es sed de origen, templada arqueología de una procedencia que ya sólo puede ser mítica.
Amalia Iglesias señala su deuda con Maria Zambrano: De la misma forma que ella hacía regresar el logos al mito para interpretar la historia, los poemas de Amalia pretenden “retornar a la caverna para no volver a deslumbrarnos una vez más”. En la caverna aguardan sus “particulares dioses infantiles”: espantapájaros, cuerpos de la nieve, malezas y flores oscuras; el bostezo de la materia ininteligible, la sombra y hondura abrazadora, la duda todavía. Fuera aguarda el astro inteligente, los nombres, la ceguera.
Palabra
En Amalia, los elementos de la materia, todo lo que se dice cuerpo, están dotados de una turbadora presencia, todo en su fisicidad arrastra el sabor de un barro primigenio, dinámico, cambiante, generador de una realidad antigua, una materia tan sólo nueva en su expresión, una misma realidad atrapada en su voluntad de existir.
Sin embargo, los nombres de todas esas presencias les confieren un cuerpo evanescente. La palabra dice, nunca nombra espacios ni tiempos concluidos. Se trata de una poesía sin historia, en la mínima expresión de la anécdota, palabra de un tiempo trascendido; palabra que es oración, mantra, voz en perpetuo letargo, capaz de mantener por un instante unidas materia y memoria, como las dos manos en el regazo de Shiva.
En Amalia el mundo carece de límite. No hay un dentro y un afuera lo suficientemente nombrados, una suerte de violenta ósmosis clausura todas las membranas. La palabra cede a la espesura, se hace substancia, atmósfera y tan sólo reproduce los pasos sin sentido ni dirección, el desconcierto dentro del laberinto. Acuden las imágenes de otras construcciones de lo ilimitado, del extravío y la confusión en esas bóvedas abiertas que son las fuerzas fundacionales del mito en las tablas del Jardín de las delicias del Bosco, o en esas otras que hacen una cripta, un espacio craneal, la razón cautiva en las Carceri d'Invenzione de Piranesi.
En este diálogo continuo entre los cuerpos y su sombra, entre el espacio para la existencia y ese otro que habita la memoria, entre la materia y su huella, el papel oscuro y nuestro trazo en él, se repite una ancestral persecución, que es la de todo hombre que en la íntima escucha se ve acechado por su daimon sin que éste logre darle alcance. Amalia escribe desde esos puentes, “ad portas”, desde los umbrales de una puerta sin dintel a escasos pasos de la ciudadela. “Aunque, quizás, después de todo, no queramos entrar y demoremos nuestros pasos en los bordes, rodeamos sus escombros de vida en duermevela”.
A veces nos refugiamos un momento
en la guarida del lenguaje,
apenas para respirar
la bocanada de la luz en su vórtice.
Por ello, estos poemas no son celebración ni elegía dionisiaca, arrebato o fiebre, sino claro lamento y serena pulsión hacia lo sagrado, “Un intento de reproducirlo salvando su profanación”. Cada poema reproduce la figura de un tótem que nombra ese espacio y tiempo que no soy ante la perplejidad de mis identidades.
Lo que no dice la sombra de mis labios
medita alrededor de su espesura.
Intimidad,
Poema,
profecía del principio,
periferias o puertas de horizonte.
Materia
Plegaria de la voz del poema y plegaria del paisaje, que como cada hombre también está llamando a algo. Todas las voces de Amalia Iglesias, sus simultáneas identidades en el tiempo, son figuras quietas sobre un fondo volcánico, y callan mientras el mundo se convulsiona, hace girar la mecánica lenta de sus entramados, o ve multiplicarse las nervaduras de sus geologías. Cada poema escucha en el corazón de cada hombre “el ruido milenario”, el rumor de los resortes con que el universo fragua el paisaje desde el principio de los tiempos.
Algo ahí fuera nos llama desde siempre, como si con cada uno de nosotros pudiera la materia “nombrar lo oscuro”, la hendidura, la grieta, la herida, el hueco en la roca por donde se filtra algo de esa realidad que permanece como un pulso en nuestras sienes, indemne, nos coge de la mano y atraviesa todas las edades. Así el hombre ante el eclipse:
Una radiografía sobra para mirarte,
también mi corazón del otro lado
roza tu lado en sombra a pleno día.
Mi cuerpo es el lugar donde el universo, su danza de contrarios, la inercia y clinamen de sus elementos, ocurre. “Circula por mis venas”, “respira en mis frases cortas”, “apenas quedan estaciones en mis manos”, “tuve entero el universo escrito en los ojos”, “Sobre mis párpados se proyecta su maquinaria transparente, los grandes andamiajes que sostienen las horas”.
Y el cuerpo sólo acontece en la palabra. La palabra que ora disuelve el afuera. La materia reza en mí su fugaz estancia en el tiempo. Inaugura y celebra las nuevas metamorfosis, me llama por mi nombre y dice tú.
La tierra y mi cuerpo hablan un mismo lenguaje de mecánicas y desplazamientos tectónicos. En los poemas de Amalia Iglesias se da cuenta de la organicidad del mundo físico y la fisicidad de todo cuanto en un organismo tiene lugar. Ambas realidades se conjugan en los mismos mitos y hacen un solo cuerpo planetario en el vacío.
En el extremo opuesto, la piel se adscribe a otras ciencias. A través del magnetismo y la química avanzan los cuerpos hacia otros cuerpos, “se desatan atractores extraños”, “mi cuerpo se desplaza”, enumera conquistas, emergen a la superficie y pronuncian sin lenguaje el advenimiento de la claridad en la piel.
El abrazo y los amaneceres de cada nuevo encuentro rezuman su sed de sinapsis y glándulas, sin el “párvulo y huérfano” auxilio de palabra alguna. El abrazo es una bóveda abierta, en él se salvan los umbrales, las incertidumbres; lo que abrazo y tomo en mí, “me edifica”. En el amor se conjuga solo el mundo transfigurado en templo, de espaldas al lenguaje se inaugura un tiempo de acciones pequeñas, cotidianas y trascendentes:
Velar toda la noche para ahuyentar los vencejos.
Enumerar las criaturas que brotan en las hogueras.
Recoger la cosecha de nubes que hayan madurado.
Arrullar las flores que se deprimen al crecer.
Descifrar las huellas de los caracoles calígrafos.
Regar la senda de las babosas
para que puedan regresar a casa.
Recolectar la nieve del próximo invierno.
Enderezar los surcos del poema.
Injertar las horas que se van secando.
Limpiarlos los abalorios del atardecer.
Doblar los sueños suavemente
en el armario de las sábanas limpias.
Edificar una casa donde el tiempo no cicatrice.
Recoger los verbos necesarios
para cerrar paréntesis en las sombras vacías.
Sentarme junto a ti al sol todas las tardes,
…
Limpiar las malas hierbas alrededor de la ausencia.
Tejer con mil colores la vida de esperarte.
BIBLIOGRAFÍA
Un
lugar para el fuego (1985)
Memorial
de amauta (1988)
Mar
en sombra (1989)
Dados
y dudas (1996)
Antes
de nada, después de todo: Antología poética (2003)
Intravenus
(2003)
Lázaro
se sacude las ortigas (2005)