autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Jesús María Cormán (San Sebastián, 1966)




 
Poesía horizontal
(Jesús María Cormán: Los lugares hábiles del linotipista)

Soñamos con viajes a través del Universo; ¿el Universo no está en nosotros?
                                                                                                          Novalis
Pinto como escribo. Para encontrar.
                                              Henri Michaux

El cuerpo poético de Jesús María Cormán (San Sebastián, 1966) está conformado por una materia blanda y mudable. La ductilidad de los elementos utilizados ha hecho de él un observador incisivo y versátil, capaz de desenvolverse con igual soltura en distintas disciplinas. A la manera de Montale, Cormán adivina un mismo sustrato poético que incide sobre la narrativa, la pintura y la música, en un inevitable juego de vasos comunicantes. Dama del abanico rosado y otras damas, Judas, La diadema líquida, Bye bye Manchester, representan hasta la fecha su incursión en la novela y el relato corto; con Poemas de octubre, Dioses de cardenillo y Unidad del dolor, lo hace en la poesía. Así mismo son muchas sus colaboraciones como letrista de canciones, y una insondable banda sonora anima y fluye junto a su ya dilatada obra pictórica.
  


  



La mirada de Friederich
El cuerpo poético de Cormán se alimenta del rastro de lo sublime; ese estrato último del asombro y el espanto instaurado por el sentir romántico y sus depuradas técnicas de drenaje. Sus composiciones pictóricas son cómplices de aquella absorta mirada de la que fueron víctimas los anónimos personajes de Friederich; presencias detenidas en la nostalgia o el vértigo, de espaldas a las sedantes certezas de la razón cartesiana, cielos desatados a ras de hombre invitando al precipicio.
Nada en todas estas turbadoras atmósferas, sin embargo, se resuelve con la romántica tentativa de la caída, donde al precio de la lucidez el yo vería desvanecerse su ansiada y quimérica unidad. Todo cuanto en esta intensa obra salta seducido por la inercia del abismo, permanece en plácida y desconcertante suspensión; ahora sólo importa el prodigio. Si los estragos de una naturaleza al fin despierta tan solo dejaron indemne en el sujeto romántico un airado gesto, custodiado desde entonces por los simulacros y figuraciones de la razón, el yo que Cormán construye se disipa sin estridencias dramáticas en los cielos cuánticos que ya tantearan las variaciones místicas del expresionismo abstracto. La escisión romántica deviene recogimiento, abismado presente al que se le ha extirpado el tiempo; ahora las manifestaciones azarosas del paisaje se contemplan a sí mismas en los espejos del hombre. El yo deja de ser tentativa para cumplirse en la duración. Si todo en Rothko es muda quietud, Cormán vierte movimiento y azar en el silencio abierto de sus cuadros, para que todos los rincones de lo que aún tiene un nombre abjuren de él.

Lógica de los fluidos
Las composiciones pictóricas de Cormán se traducen en serenos e inquietantes ensayos de nubes, mansas temperaturas, apenas destempladas atmósferas, lentos rigores de la tierra que ve desvanecerse los consoladores límites, pautada respiración de las estratosferas. Algunas de sus variaciones cromáticas contenidas en “Avalanche” o “Celsius vs. richter” recuerdan el tiempo posterior a los violentos diluvios de William Turner. El discurrir sosegado de los cúmulos y la lenta precipitación de una orgánica orografía nos habla del descanso consciente de todas las tormentas. Una naturaleza todavía admirada de su propia capacidad devastadora y generativa que culminará en “Gravedad Cero” con refinadas series en las que el paisaje se repliega sobre sí mismo en busca de un imposible reposo.
Todo el cuerpo poético de Cormán es pausada incubación de realidades posibles, precipitado de mónadas, polinización de universos sometidos a la incierta lógica de los fluidos. Este singular pintor de placentas asume sin dolor las formas de un sujeto dinámico, fugaz y contingente.
Tal como ocurriera en el expresionismo abstracto estadounidense, con la introducción de una nueva superficie pictórica se rehabilita un discurso trascendente que excluye toda posibilidad de distanciamiento e ironía. Es este el punto de inflexión donde la pintura de Cormán toma distancia con respecto a su poesía. A propósito de la obra poética, ha señalado Félix Maraña que, “junto a rasgos conceptuales, se revela siempre imaginativa e inclinada al humor profundo, con gestos sarcásticos, ingeniosos y grotescos incluso.”[1]

Me obligaron a creer
que todos teníamos
un lugar en el vientre
de la misma madre,
pero hoy tengo la sensación
de que mis pies
llevan demasiado tiempo
fuera.[2]


      

El pensamiento del ojo
Todo cuanto en la obra poética de Cormán acontece lo hace por sedimentación; poso de sutiles gestos y fracciones de vida, rumor de inasibles huellas de todo cuanto al tiempo se le desprende en su deriva. Cormán abre pequeños paréntesis en el anónimo e inconsciente devenir, pequeñas grietas, huecos amables, lugares hábiles en la duración de insignificantes acontecimientos para inventar una entraña al mundo. Las composiciones de Cormán son la crónica callada de jardines domésticos, cenadores, parques, conocidas estancias; interrogan al silencio en el rumiar de las cocinas a media noche, en las salas de urgencia, en la quimera infranqueable de los puentes, en el fondo de las manos donde todo cuanto decimos conocer deja de ser aprehensible.

…a escuchar la lluvia bajo el cenador de rayas antes
que el café se despierte y toque palmas
en los dormitorios,
a escuchar el derribo, la tala
silenciosa de mayo y su fragmentación
al otro lado del muro,
antes que la radio desate a todas las bestias dormidas,[3]

Una espesa calina habita en las cosas, una lluvia apretada amenaza siempre con difuminar el brillo de los nombres; la pérdida, el olvido, el frío, una fractura irreparable aguarda en los rincones de estas composiciones que remontan los estériles ríos “que ponen nombre a todos los regresos de la tierra”.
Es tarea del poema dar cuenta de los fragmentos y las huellas, fijar los “lugares hábiles, yermos lugares donde desaparecer”. El mundo se despliega a la manera de las planchas de cobre de William Blake, en ellas el ojo de Cormán ensaya su particular “método infernal” de impresión, aplica trementinas, secativos de cobalto y demás resinas de la palabra; corrosivos que disipan las rebabas y templan las superficies hasta hacerlas precisas, por un instante ciertas, a salvo de tanta instrumental concreción.

NO ME CABE LA MENOR DUDA:
La sombra es feroz porque el sol está oculto.
El niño
golpea la superficie del charco sólo
para que el agua no se esté quieta, para que no
se detenga el miedo
y pase de largo, como un viento
alto, risco y rapaz.

No me cabe la menor duda:
la sombra se acerca y caerá sobre nosotros
tarde o temprano.
Un nuevo
golpe , una nueva ráfaga
atomiza
el reflejo del niño y nos contamina a todos
de esperanza.

Inclinado
Sobre el mundo, palo en mano, mirar ausente de tango, el niño
espera

En estas composiciones de corte narrativo el ojo de Cormán repliega el mundo en un plano continuo en el que pequeñas anécdotas se trenzan conformando un tejido inconsistente, el manto como una piel de escamas donde las cosas se reconcilien con su originaria fragilidad. Cormán nos exhorta a mirar sin nombrar, a amar la muda y fuga de todo acontecimiento.
A la manera de Raymond Carver, fugaces sucesos hacen las veces de deshilachadas hebras por las que el mundo se revela. Todo cuanto acontece lo hace en la superficie, y es tarea del poema habitar las texturas, colonizar la grieta, dominar la falla, dar razón de los desplazamientos tectónicos de todos los planetas posibles. “Un hombre solo golpea una pelota contra un muro” para ver así renovarse con cada batida la esperanza; un niño esgrime un palo, “aguarda a que el cielo respire” para espantar al miedo detenido en un charco; “el grumete oye el mar con una caracola y así sabe que existe”, que al igual que la tierra también tres cuartas partes de él son agua; “bajo la marquesina de la línea 13, un chico punk duerme dentro de una camiseta de Tom Verlaine iluminando la tristeza, Tom buscando a Paul desesperadamente en un pecho demasiado pequeño”. Desde un trampolín, un niño dormido rumia en sueños una intima caída.
Tal vez no haya misterio más allá de la evidencia de nuestros gestos. Por ello para Carlos Aurtenetxe “la obra de Cormán es el pensamiento del ojo, función poética, ojo del pensamiento que traslada. Estaréis, con él, siempre en otra parte de todo”, “Cormán dice, pinta, compone, descompone, transcribe las materias, los aluviones del hombre que sobrepasan al hombre, su dèpassement, su pura trasgresión, transfusión, su pura trascendencia en conversión de los materiales de derribo en sueño, en imagen…El dramatismo subyacente en su obra, nos acerca al centro de lo fronterizo, de lo periférico en nosotros.”[4]
Los personajes que pueblan los poemas de Cormán son “ocupantes, pasajeros que viajan con él, colonos”, y al igual que el ocasional lector, cómplices, testigos mudos sumados al registro minucioso de los indicios, aquí en el fondo a ras de suelo. Todos nos asomamos a estas cajas abiertas, sin costuras, depositamos una imagen, la observamos con sed de alquimia, despacio, aguardando a que precipite el mundo al latido de la trementina, y el ojo adivine al fin una entraña o un horizonte.
Esas cajas que ideara Carver donde el fondo aguarda un relieve; en las que el rostro del mundo es invariablemente: una red en la que un hombre manco despliega su infructuosa trama; La humanidad abierta, aferrada a esas manos que tan solo los estudiantes de medicina en prácticas comprenden; el mayor esturión del que jamás se tuvo noticia: en uno de los extremos del sedal un tiro de caballos mantiene el simulacro de la rendición en suspenso; la manga alzada de un traje, una mortaja recién lustrada por los técnicos procedimientos, la depurada química e industrias de la limpieza en seco, el hueco dejando al descubierto los catálogos del mundo, dando razón de la lucidez, mostrando el otro lado del silencio después de los gruesos cedazos de todos los sudarios.
También Cormán espera un ámbito amable, un lugar hábil, algo de comprensión allí en el fondo, donde todos seguimos absortos las evoluciones de nuestro nombre en el añorado vértigo de las placentas.

EN EL ÚLTIMO TRIMESTRE
el viento ha sacado un diez en Física y Química
y los puños de mi camisa un siete y medio en Historia de la
Carnicería.
Mientras esperamos ansiosos la noticia del calor
la dentadura del delfín
repasa
a un costado de la pizarra
el nombre exacto de las cosas. mientras
ese chico,
el segundo chico por la derecha, en la primera fila,
bombardea con bolitas de Matemáticas al crucifijo de madera
tal vez ignorante
de que será el primero de nosotros en morirse
en el brillo de su planeta.[5]
      

  




BIBLIOGRAFÍA

Poemas de octubre (1985)
Dioses de cardenillo (2006)
Unidad del dolor / Ejercicios de calentamiento (2005)
Inmoonizados (2007)
Guabinete de crisis (2008)
El canibal (2008)
Bajo cero (2010)





[1] Vasca y joven. Poesía y Futuro, Félix Maraña y Felipe Juaristi. Diputación Foral de Guipúzcoa, colección “Miniatura poética” (2000); Pág. 29.
[2] Dioses de cardenillo, Jesús María Cormán.
[3] “Lugares hábiles”, Unidad del dolor, Bermingham Edit. (2005); Pág. 41.
[4] “Paisaje cruzado”, prólogo de Carlos Aurtenetxe a Unidad del dolor, Bermingham Edit. (2005); Pág. 16, y “Parábola de la lejanía”, prólogo a “Digital”, catálogo de la exposición pictórica de Cormán (1991).
[5] Vasca y joven. Poesía y Futuro, Félix Maraña y Felipe Juaristi. Diputación Foral de Guipúzcoa, colección “Miniatura poética” (2000); Pág. 29.