autores vascos en castellano

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Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Josu Montero (Bilbao, 1962)



Poemas para después de las palabras
(Josu Montero: El camino de las desapariciones)

Te traigo
las pocas palabras que conozco…
                                  Jerome Rothenberg

La poesía no es inefable, inexplicable; hunde sus raíces en la realidad concreta y en la relación que –en mí– ésta establece con el lenguaje.
                                       Josu Montero

Acaso el orden que dictan los días, los usos acreditados de las palabras, sus confortables disposiciones, no sean suficientes para apaciguar y cumplir a un hombre. Cuántas veces a lo largo de un solo día, en nuestros puestos fronterizos de trabajo, en los reclamos de la vida feliz, mientras la luz eufórica de los televisores, en las tramas apenas de nuestras conversaciones, y demás tormentas de partículas que sitian nuestra complicidad, tiene de repente lugar el eclipse y no está ya el hombre.
Acaso el hombre esté entonces atendiendo a otras llamadas, procurándose él mismo auxilio, asomado al fin a su lento desorden, intuyendo tal vez que la vida entre los otros no basta, que nada de lo hecho es suficiente.
La poesía preserva estos silencios, interrupciones en las sinapsis de nuestras ciudades, combate sus órdenes y preceptos, eleva a la última potencia el absurdo de sus leyes, restablece en cada uno de nosotros al hombre que calla, después de haber hecho íntima la vida.
En este no estar la realidad se propaga, crece el hombre en el simple adiestramiento de la escucha y la negación de lo dado. En este silencio el lenguaje, la palabra, sana de sus corrupciones.
De la mano de Jerome Rothenberg o John Berger, Josu Montero hace suyo este empeño ético por el que “la finalidad de la poesía no puede ser sino ofrecer resistencia al lenguaje. La poesía debe inquietar al lenguaje, eliminar su bárbara indiferencia. Para cumplir el anhelo de más realidad es preciso hablar contra las palabras”, inaugurar una reveladora ceguera.

“Tomar hasta el fin el camino de las cosas”
Alentada por la proclama de Francis Ponge, la versátil poesía de Josu Montero lleva a cabo su particular inmersión en la realidad. Una realidad hecha de cosas con sus pedazos de nombres adheridos; de hombres, solos, simultáneos a veces, semejantes siempre en el dolor; paisajes de naturalezas domesticadas o intervenidas, edulcoradas por el esperma de las ciudades, y otros materiales de deriva.
Como si el tiempo fuera una efigie, la poesía de Josu Montero reproduce todas las formas y caras del instante. Decursos discursivos y narrativos, anecdotario de instantes comunes, experiencias simples, interrumpidos por precipitados filosóficos, voces de textos leídos, cribas intelectuales. Prosas líricas, también, amplio aliento para una respiración en la duración del instante. Poesía telegráfica, en ocasiones, ejercicios de destilación en la palabra mínima, impresiones de tiempo en la concreción de las cosas. Poemas que emulan los destierros de los funcionarios de la dinastía Tang, el empeño de los hombres solos de Beckett por conferir forma a su confusión, impresiones que hagan habitable el extrañamiento.
Con idéntica habilidad Josu Montero reproduce cercos urbanos con la rabia alucinada de Ginsberg, o esos otros espacios para un extravío sereno que reprodujera José Antonio Muñoz Rojas en la prosa poética de Las cosas del campo.

Por los solitarios caminos
Un dorado atardecer
Seguimos a los bueyes
Hasta los lentos pueblos
Olvidados más allá del poniente
Allí donde mora el dulce dolor de las tapias
El amarillo abandono de los almiares
Donde hasta la muerte es pequeña
Como en un sueño

Naturaleza dócil, ajena al devastador latido, a la distancia y el deseo que es el hombre, recolector de ausencias; desiertos fértiles, campos para la siembra, cielos diluyendo un improbable horizonte, nubes sin edad, el tiempo inconsciente de los ríos, naturaleza mansa, como un perro a los pies pronunciando mientras nos mira el amor de los tontos, ese en el que todavía es posible “olvidar el vivir”.

Sólo extraviados en los caminos de la noche
Alcanzamos esas tierras
Que fulgen en la maravilla de la mañana
Y desaparecen luego para siempre.

Ante la voracidad de las palabras, su sed de límite y concreción, salvaguardar la experiencia de lo vivo, su sorprendente emergencia, su mudo presente. Las palabras paralizan, desecan la vida de las cosas, enturbian su amigable indiferencia. Josu Montero camina, porque “no debemos detener esta violenta corriente que nos arrastra”, pisa sin ruido, sin pronunciar la extensión de la tierra que nos ignora, y celebra este don de las desapariciones.
En ocasiones al caminante lo acompaña un cómplice en la huida, los cuerpos se convierten entonces en otro paisaje que es preciso no descifrar. La experiencia amorosa, “esa práctica del exterminio”, se suma a esa experiencia del extravío, otra forma de desposeimiento y vida a la intemperie, la desolada serenidad de los materiales de derribo, otra práctica de imposible concreción, “... en ese infinitamente dilatado instante qué evidente el ser breve, inaccesible, de las cosas en la luz”. Otra sed que en vano remonta “el camino de los manantiales”.
La poesía de Josu Montero reproduce la coreografía de los hombres que no están. Decididos autómatas con su pernicioso segundo de lucidez a cuestas, de repente confundidos, sin la urgencia ya a la que el otro obliga, ese instante en que alguien mira a otro alguien que mira no se sabe a dónde. Se produce así el contagio, fecunda el mundo la extrañeza, la vida toda calla, nos da la espalda el árbol, la intermitencia del mar, la acción de los hombres cumple su inercia ajena a toda convicción, se interrumpe por un instante la voluntad; se hace presente, físico, ese otro lugar donde el hombre al fin cesa. El mundo es entonces una danza de gestos limpios, ausentes, simultáneos. Erige Hopper su monumento a las desapariciones.

“Caminar se ha vuelto una difícil tarea”.
La reproducción de la realidad al margen de las prácticas paralizadoras del intelecto, tiene su máxima expresión en la figura de Huai-Su, pintor y calígrafo de la dinastía Tang, cuya travesía al mar en las costas de Ise antes de morir reproducirá en primera persona Josu Montero, en la serie Recuerdo de las cosas antiguas incluida en su primer libro Sendas del Camino Antiguo que le valiera el premio “Arcipreste de Hita” en 1988.

…había conseguido obtener en caracteres
todos los objetos inanimados y aun todas las formas vivientes
Signos rectos como agujas suspendidas
o retorcidos como el relámpago que estalla,
signos redondos como gotas de rocío que caen
o inclinados como aves emprendiendo el vuelo,
signos ligeros como alas de saltamontes
o pesados como nubes pesadas,
signos majestuosos como una cigüeña sostenida por una solo de sus patas
o abruptos como escarpados roquedales de la montaña,
signos en fin como hombres danzantes
o árboles mojados.
… desconfiad del tórax de avispa,
evitad la cola de ratón,
huid de la cabeza de buey,
cuidado con la rama rota,
ojo con la pata de cigüeña.

Este arte del caminar en derrota a cada paso y caligrama salvaje tal como lo ensayara Huai-Su, colma en Josu Montero la necesidad de una palabra que no intervenga la realidad, ajena al ser mudable y apacible de las cosas; la vida “sorprendida en movimiento”. En estos poemas la concreción es una amenaza. Mirar, decir el mundo, consignar colores, formas, contornos, son ejercicios de la distancia que pronunciamos en las cosas y los hombres; en la palabra se aviva la violencia de la naturaleza, el paisaje se define fatalmente, adopta el irreparable semblante de los cuerpos inertes.

Retiraron las telas que me cubrían los ojos
y desapareció el mundo.
Aunque tuvieran
el don de la vista mis ojos sólo distinguirían un
vasto amarillo desierto inhabitado.

Extrañando la belleza la vida se propaga en los márgenes, ajena al vano empeño de ser. Transparencia, invisibilidad, movimiento perpetuo, no quedarse mucho tiempo en nada de cuanto amamos para que todo acontezca. La caligrafía es la palabra en movimiento, las cosas al fin vivas, las huellas en el camino que evitan que la tierra se paralice, que se deseque el hombre.
En los objetos y los cuerpos entretiene su noche el hombre al fin ciego, “calcando sobre ellos la forma arrugada de mis manos, de mi cerebro”.

En las laderas el tomillo silvestre ha desaparecido,
y ahora sólo vemos Eléboro Negro,
al que los lugareños llaman Rosa de Fuego;
su raíz negra aferra las entrañas de la tierra, la paraliza
de igual forma que paralizaría nuestro corazón si nos detuviésemos.
¡Y este frío no acaba nunca!

Frente a los caligramas de la tradición Tang que reproducen las sendas de una naturaleza amable en la que poder desaparecer, la palabra adquiere su vertiente más voraz en la poesía urbana de Josu Montero. Palabra que pronuncia con determinación las tiránicas formas de la verdad y la belleza. “Las leyes están en contra de la expedición”. En las palabras se pronuncia la muerte, “lo que hay entre nosotros y todo aquello que no alcanzamos”. “La muerte acaba cuando renunciamos al misterio, cuando ahogamos nuestras palabras”.
Los poemas de Josu Montero se proveen del extravío como si de un oscuro don se tratara. Cómplices del empeño de Francis Ponge por ver propagarse la realidad: “La presencia de los objetos, su evidencia concreta, su espesor, sus tres dimensiones, su lado palpable, indudable, su existencia de la que estoy más seguro que de la mía, todo eso es mi única razón de ser, mi pretexto propiamente dicho; y la variedad de las cosas es en realidad lo que me construye”.



BIBLIOGRAFÍA

Sendas del Camino Antigua (1989)
Nubes (1990)
Un lugar extraño (1997)
Los caminos de la sed (1988-98)
Punk (2005)
Cuatro miradas para un estremecimiento (2000)
Cuaderno de la vendedora (2005)