autores vascos en castellano

autores vascos en castellano
Alberto schommer (Gabriel Celaya – Máscaras, 1985)


Después se produjeron nuevas absorciones.

¿Quién no sintió que en lugar de buscar
era devorado por un centro escondido?

Gabriel Celaya

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Kepa Lucas (San Sebastián, 1959)



Poemas del límite 
(Kepa Lucas: El vértigo del agrimensor)

A mi poesía le gustan las mesas despejadas, las habitaciones vacías.
                                                                                        Kepa Lucas



En la antología poética Vasca y joven: Poesía y Futuro (Diputación Foral de Guipúzcoa, Miniatura poética, 2000), realizada por Felipe Juaristi y Félix Maraña, éste último señala la versatilidad del autor que nos ocupa: “Kepa Lucas ha recorrido por múltiples registros poéticos y su poesía, en cambio, parece corregirle, al expresarse nítida y equilibrada… es uno de los primeros escritores vascos que se mostró, en la década de los ochenta, y en público, partidario de expresarse indistinta y libremente en una y otra lengua.”
La obra poética de Kepa Lucas, sometida a una rigurosa exigencia, tan sólo abarca dos títulos en castellano: Veinte minutos de nube rosa (2º premio “Villa de Pasaia”, 1984) y Poemas de la liquidación, con el que también obtuvo el “Villa de Pasaia” en 1987, junto con otro poemario escrito en euskera: Poemakumeak. Restos dispersos de su obra, poemas, apuntes y otras apreciaciones poéticas han ido apareciendo en numerosas revistas como Zurgai, La Galleta del Norte (Baracaldo), o en la Fundación JRJ. Moguer. Todos ellos recientemente compilados y traducidos al castellano en un volumen de edición propia y artesanal bajo el título Cero de Mayo (Kepa Lucas, Donostia, 2006).
Kepa Lucas no se oculta detrás de sus composiciones, una recia voluntad ética anima su palabra; en ella comulga la conciencia desgarrada de la generación beat y esa otra sensual y no menos crítica, la esperanzada voz de Auden. En sus composiciones el hombre cifra la esperanza de las ciudades, camina al encuentro de otro hombre o se detiene y, aferrado a las balaustradas que protegen el litoral, adivina la promesa de la desfiguración en los horizontes.

La extensión de un paso
La ciudad es el espacio de lo posible, abierta, frágil, con sus cientos de hebras sueltas. La mirada enhebra, sigue el trazado de otros cuerpos con los que ensartar avenidas, pendientes, escaleras; cada paso inaugura un encuentro, una porción de esperanza en las plazas públicas. En las líneas y ángulos de su geometría está inscrito el único retorno posible al hombre. La estatura de un hombre es su ciudad, es ésta la arquitectura de su conciencia; “Altura de edificios que guardan mi nombre dentro”; “Este es el centro de toda mi amplitud”.

¿Son pentágonos o son exágonos
lo que la mosca dibuja con aire
encima de nuestro placer?

En su deambular por los rostros de la ciudad, Kepa Lucas recoge pequeños gestos inadvertidos en los que el hombre rehace y renueva su compromiso con lo humano. Con él, una naturaleza sin amenaza, a salvo de la tiranía de las estaciones, se solaza en un mayo perpetuo, siempre cómplice y testigo de los gestos mínimos: “El tronco húmedo de un fresno oculto tras una pareja”, “la hiedra en la que se apoyan los muros”. Expresión mínima de una naturaleza que extiende su manto amortiguando el ritmo con el que las escaleras salvan las alturas o los descensos: “Aquí crece el musgo cotidiano que protege la concordia”; pequeñas fracciones de naturaleza prendida a la espalda de las ciudades, acompañándola como el auxilio de una sombra donde mantenerse a resguardo y amansar su fiebre.

¿Qué desencanto nos hace apoyar las manos
en la humedad de las barandillas?
¿Por qué desde el centro del bienestar
miramos con confusión al horizonte?

Olas blancas que coronáis la ciudad,
vuestra tarea es renovar a quien os mira,
romper su satisfacción con el paisaje.

Contra esta naturaleza que se pretende amiga, que golpea los espigones y bate las partículas elementales del polvo y los hombres en las calzadas, que instaura una niebla que sólo el abrazo disuelve, que nos previene de las formas dadas de cuanto decimos conocer, que insta al hombre a que no olvide, se alza el dios de los manuales, de las prescripciones facultativas con sus contraindicaciones al dorso. Un dios donde se aplaca la rabia y se mitigan las conciencias, que “reniega del paseo de las riberas y compra la respuesta de los astros”. Un dios que da alcance a los hombres por la espalda, que gana su terreno mientras duermen.

Un hechicero insomne guarda cosmogonías
en un tupido cofre de selva
y vuelve al poblado vacío.

Poesía para la construcción de una conciencia, sin el quebradizo consuelo del panfleto, con toda la desolación digerida. No hay ejércitos, proclamas ni avanzadillas, un hombre solo camina y celebra modestos tránsitos a la piedad. Ningún rincón en las ciudades o los cuerpos vive ajeno a la presencia de quien los habita. De todos estos espacios Kepa Lucas pretende un pequeño templo con su dócil misterio: “El paisaje que a la ciudad le gusta contemplar”.
Enumeración, paradoja, ironía, inversión de los valores asumidos, denuncia, conciencia y una decidida voluntad antiretórica conforman los resortes de esta poesía insurgente en continua pugna entre lo bello y lo real: “Si escribo poemas sobre jardines utópicos, besos eternos o calas desiertas, la Poesía me pide que no huya de la Realidad. Si en mis poemas aparecen cadáveres en las playas, hambrientos en el paraíso y armamento entre las hortensias, la Poesía me acusa de traición a la Belleza. El ciclo se repite y la Poesía nunca se calla”.

Así es mi ciudad
ni siquiera
hay tregua
en los meses de verano
la gente
defiende sus derechos
con energía
en las colas de las heladerías.

La extensión de una mirada
Al igual que otros poetas de su generación o tiempo, como Jesús María Cormán o Emilio Varela, Kepa Lucas desdobla su discurso poético en la práctica pictórica. Se trata, no obstante, asegura el autor, de pulsiones de distinto orden: “La pintura supone una especie de descanso social. Cuando pinto sólo busco referencias visuales y me interesan, más que los colores, las composiciones de las formas. Mi pintura quisiera ser lo contrario de mi poesía. En mis cuadros me coloco siempre como espectador, siempre estoy fuera. Soy mirada. En la poesía, sin embargo, todo lo que vivo se refleja de alguna manera en las palabras”.
Frente a las ciudades, esos “jardines de la huida y el encuentro”, otras manifestaciones del templo encuentran su expresión pictórica en series de bosques de extraña e inquietante evanescencia. Paisajes de corte simbolista a menudo estilizados hasta la abstracción. El discurso pictórico de Kepa Lucas recuerda en ocasiones a Mondrian, quien aseguraba haber encontrado el sujeto de su obra “transformando los troncos de árboles en líneas y planos, expresando espontáneamente la horizontal apenas visible en la naturaleza para crear un equilibrio”. No en vano Kepa Lucas es también un magnífico pintor.
Decidida búsqueda de armonía y orden, espacio delimitado, coordenadas, “límites –escribe Lucas– contra un posible cielo inmenso, contra una luz cegadora. Es mi pánico ante lo inmenso, ante lo ilimitado”. Diálogo entre la ciudad y sus límites del que dan cuenta sus series de “Hormas” y bosques en una equilibrada conjunción de quietud y desasosiego. Los bosques de Kepa Lucas son cuerpos fronterizos, en cada tronco aguarda una estación suspendida.
La extraña placidez y tensión de algunas de estas naturalezas y horizontes, ese vértigo del paisaje administrado por el doméstico consuelo de barandillas, pretiles, ventanas, paseos y avenidas en los márgenes de los ríos; muros todos ellos para la contención de la niebla y las mareas, tiene algo del inquietante misticismo de los árboles de Mondrian o los serenos desiertos de Cirilo Martínez Novillo, naturalezas que viven en el recuerdo de lo sublime, que aún aguardan y temen la promesa de pasadas devastaciones.
En esa aprensión y cuidado tienen su extensión los bosques y los hombres, con todo el pavor reunido, como si la callada niebla entre los troncos o más allá de los muros pudiera aún morderlos. Al igual que los hombres en la precaria organización de sus ciudades, también la naturaleza se encuentra amenazada por la inminente deserción de las formas.

¿La brisa transporta gemidos y lamentos?
“Aquí sólo existe intimidad
en el envés de las hojas”.

Los poemas de Kepa Lucas buscan al otro entre las calles, siguen sus huellas de transeúnte, auscultan lo indescifrable en sus gestos cotidianos donde reafirmar el abrazo, la caricia fraterna, la esperanza, el gozo de ser hombre entre los hombres, lo humano al fin, a pesar del fracaso inscrito en nuestras frentes, porque para Kepa Lucas, como para Carlos Aurtenetxe, “no son las ideas las que fracasan sino los hombres”. En este deambular por la ciudad el poeta reclama “la Salud Pública del Cariño y del Placer, la conquista de un Paraíso de Amantes Compartidos. Sin identidades ni circunstancias… Hace ya tiempo que paseamos nuestro amor entre la gente pero estuvimos en otros y en otros estamos latentes...”.
Mientras Kepa Lucas camina, mira al hombre en la comprensión de su hábitat, y a la ciudad en el íntimo misterio de su porción de naturaleza a ella adherida.
En los jardines domésticos de estas composiciones, sólo las tentativas de desfiguración de la niebla y el hombre mediano son amenaza.

Hagáis lo que hagáis
sólo el eco moribundo
de las largas ovaciones
llegará hasta el refugio
donde conspiran,
ajenos a vuestra satisfacción,
el viento, el tiempo
y la intemperie. 

La mirada inversa
(Jose Luis Padrón) 
 Premiado y publicado por el Ayuntamiento de Pasajes en 1987, Poemakumeak es en cierto modo una continuación del libro Poemas de la Liquidación, aunque los versos originalmente en euskara aparecen con un carácter más contenido y objetivo que en el anterior poemario, y obedecen a un dictado creativo que se renueva en sí mismo.
Poemakumeak, título que nos permitiría ser traducido como “Protopoemas”, pero que, a sugerencia del propio autor, también admitiría la incitante lectura de Po-emakumeak (Mujeres-Po), es la obra de un escritor bilingüe que encuentra en el euskara un cuerpo poético sereno y explícito, una voz y música propias, y un camino en el que entra y sale con él en intimidad.
En Poemakumeak, donde el autor recopila sus primeros poemas escritos en euskara, Kepa Lukas patentiza la mirada, todos los tiempos de la mirada, todo lo que el instante de la mirada expresa y manifiesta dentro de sus confines. Recibir y darse en el amor, sentirse hoy en aquel barrio de la infancia, rebasar el futuro inalcanzable,…el poeta mira otros lugares para ver y para verse entero, otros territorios donde la vida transcurre pretérita, extraña y cotidiana.
Kepa Lukas le da al poema sus ojos para revelarnos un más acá de la mirada, de donde nace, respirando hacia adentro, la palabra.

  




BIBLIOGRAFÍA

Veinte minutos de nube rosa (1984)
Poemas de la liquidación (1987)
Poemakumeak (1987)
Cero de Mayo (2006)
Cielos Miedos (2007)
Calor y Eco, Poemas de amor (2007)
Bisuterriak (2008)
Mínimo Consenso (2008)